lunes, 27 de marzo de 2017

ANDRÉS TRAPIELLO : No es sólo una plaza #salvemoslaplazadelgrano.

No es sólo una plaza



“EL tiempo también pinta”, decía Goya. Se refería a la pátina que acaba poniéndosele a las pinturas viejas, eso que  los gitanos del Rastro llaman  “época” de una manera tan mercantil como poética. Las cosas con época tienen en general un valor añadido del que carecen aquellas recién nacidas o acabadas de sacar del molde. Llevando la frase de Goya un poco más lejos, diríamos lo mismo de casas, bronces, estatuas, hierros, monumentos, ciudades. 

La Plaza del Grano de León es una de las más bonitas de España. Con su aire provinciano, recoleto, agropecuario, podría ser de cualquier siglo y cualquier parte: en cuadro y con unas casas viejas más o menos artríticas, unos torcidos soportales, una fuente carolina en el centro, a la que sombrean dos altos árboles, una ermita y... poco más. Bueno, sí: un pavimento único, el que precisamente le da a toda ella su carácter excelso.  Ese pavimento es ahora causa de enconado litigio. Por un lado, los municipales, tratan de acabar con él levantándolo y corrigiendo sus jorobas para evitar, dicen, resbalones, tropiezos, descalabros; y por otro, miles de vecinos en pie de guerra. Estos, con harta experiencia en alcaldadas y embustes se niegan con ejemplar tesón, defendiendo su derecho a recordar en nombre de las hierbas. ¿Qué hierbas? Las pequeñas, sin nombre, milagrosas, espontáneas que crecen en las llagas de esos cantos rodados, y que proporcionan al conjunto de la plaza un aire secular y ese misterio gótico que tienen los milagros de antaño. En cuanto desaparezcan las hierbas (sustituidas por cemento) acabarán con su misterio, que es como decir que acabarán con su poesía. 

Sucedió hace algunos años con aquella maravillosa Alameda de Hércules en Sevilla, que tenía el pavimento de albero. En verano se regaba y subía de la tierra frescor y perfume inigualables. Sucedió también con el viejo Museo romántico de Madrid. Lo primero que se cargaron con su reforma fue la pátina, o sea, el romanticismo. Alguien hizo un gran negocio. En tal lugar talan unos árboles, en aquel otro desvían un río o tiran un viejo caserón, y aquí acabarán con la Plaza del Grano, que nada les ha hecho. Y llegados a este punto, sólo cabe la clásica pregunta de novela detectivesca:¿a quién beneficia el crimen? La respuesta adecuada explicaría grandes cosas.

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