La Plaza del Grano. La desaparición de un signo de
identidad de León.
De que la ciudad de León
tiene un patrimonio artístico e histórico importante, apenas se puede
dudar. De que su conservación no está a
la altura de la conciencia histórica, tampoco. En otras ocasiones ya hemos
puesto de manifiesto que el principal agente de destrucción y deterioro del patrimonio
histórico de la ciudad de León ha sido la Corporación municipal. Esta acción destructiva
continúa. Hay algunos factores que la propician. En primer lugar, la carencia
de una política conservacionista por parte del Ayuntamiento a la altura de las
circunstancias, aunque haya concejala de patrimonio que hasta ahora no ha
servido de mucho. En segundo lugar, la idea que tienen las corporaciones
locales del patrimonio como recurso turístico, que se puede resumir en la
consideración del patrimonio como pastiche, como mezcla de lo auténtico con,
diríamos, lo moderno. En este punto el conservacionismo tiene un enemigo además
de las corporaciones locales, que es la concepción de determinados
profesionales de la arquitectura a los cuales les interesa poco el documento
arquitectónico auténtico, cuanto su intervención como creadores - ¿cómo se puede
convocar un concurso de ideas para conservar un monumento etnográfico? En
tercer lugar, las comisiones de
patrimonio que son órganos ineficaces y parciales en sus dictámenes. En
cuarto lugar, nos encontramos con la pasividad de una sociedad civil que entra
en escena cuando los desmanes ya no tienen solución. En quinto lugar, el organigrama de la
administración local que supone que las intervenciones de las ciudades
históricas son competencia de la concejalía de urbanismo. En sexto y último
lugar, la poca o nula sensibilidad artística e histórica que tienen las
corporaciones locales. Esto se traduce en una ignorancia de las leyes y las
cartas internacionales sobre patrimonio.
Lo precedente viene al
caso de la intervención en la plaza del Grano.
No ha podido ser más desafortunada. La Plaza era una o de esos pocos lugares
insólitos que quedan en las ciudades de Europa. No es ningún espacio clásico ni
de valor urbano de relieve, responde a una creación urbana popular, su valor es
etnográfico, uno de los pocos que quedan en el norte de España. Mi impresión
inicial cuando la vi de niño fue de asombro, la misma impresión que tuve cuando
vi por primera vez el hastial occidental de la catedral de León o la casa de
Botines entre la niebla. Es el pasado, lo que fueron nuestros antepasados, en
su esencia.
Las razones que se han
esgrimido para su intervención son razones para su destrucción. En primer lugar,
se ha hablado de su accesibilidad.
Esta no puede ser argumento para destruir un bien público. Es más cómodo pasear
por un suelo liso, pero nada justificaría
el allanamiento de los Picos de Europa. Análogamente hay lugares
incomodos en su accesibilidad que si se cambian se desnaturaliza el bien a conservar. Hay que elegir entre tener patrimonio o no
tenerlo. Lo que se puede ver de la
intervención realizada hasta ahora destruye directamente el bien a conservar.
Se ha esgrimido que la Plaza no es BIC y que
no está sujeto a jurisdicción especial. Esto es falso en un doble sentido, se
ha propuesto en reiteradas ocasiones su conversión en BIC e intencionadamente
no se ha hecho. Es falso, porque, de otra parte, la Plaza forma parte del
Camino Francés y como tal está sujeta a la jurisdicción que obra en estos
casos. Razón suficiente para su protección cautelar por parte del Juzgado.
Pero si del estatuto
jurídico de la Plaza se deduce una libertad en el ejercicio de su intervención,
nosotros los conservacionistas sabíamos cuál podía ser el resultado, no su
desnaturalización, sino su destrucción: un ejercicio de experimento urbanístico
de la peor calidad. De ello tendrán que dar cuenta los responsables de la fechoría a las generaciones futuras: la Corporación
municipal de León como principal agente destructor del patrimonio, que es lo
que ha hecho durante generaciones sucesivas.
La intervención actual de este modo se
convierte en desastre. Es la contemporaneidad del peor gusto la que se apropia
del pasado, lo manipula en nombre de la comodidad, del interés más grosero, que
se atreve a utilizar criterios morales prepotentes para justificar la
fechoría: todos tienen derecho al
tránsito por la plaza. O políticos, “hay que ser coherente”, como dice un
concejal del PP en el Ayuntamiento de León. Coherentes
con los errores: ¿acaso esto representa alguna virtud? El partido en el Ayuntamiento
de León se ha atribuido por derecho propio el desastre de haber destruido una
plaza única.
La historia les juzgará. A los defensores del
patrimonio de esta ciudad nos queda la melancolía, mientras la ciudad antigua
se convierte en un escenario barato en el que ya nadie ni nada se reconozca. La
actividad política se convierte en obstáculo, en propagación de la ignorancia,
revestida de los laureles de la modernidad, de la poca inteligencia, del
derroche de los recursos. La barbarie se ha impuesto una vez más.
Cesáreo Villoria,
Presidente de la Asociación para la Defensa del Patrimonio de la Ciudad de León
Decumano
y Vicepresidente de la Federación para la Defensa del Patrimonio de Castilla y
León.
Cuanta razon
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